viernes, 17 de julio de 2009

Viajes

Nuestro amigo Julito ya dijo cómo viajan los cronopios, los famas y las esperanzas. Y yo quisiera agregar un par de cosas. En realidad hay más de una clase de viaje en la vida de un cronopio. Y en la de los famas y las esperanzas, ni idea, porque no me sitúo allí.
Concentrémonos en el cronopio: cierto es que este ser arma las valijas el día antes para llevar sólo lo necesario (aunque después haya que sentarse arriba de ellas para que cierren), y luego olvidar el cepillo de dientes. El cronopio sueña feliz con el nuevo destino, y en su equipaje siempre encontramos mangueras de colores.
Pero cuando el cronopio viaja no a un nuevo destino, sino a un lugar conocido, lo invade la angustia. La ansiedad lo carcome entre puteadas color negro, y actividades que nada tienen que ver con los preparativos del viaje, no sea cosa de recordar que viajamos.
Es así como despilfarra su tiempo, no le saca las hojas al reloj-alcaucil, con el fin dejar lo inevitable para último momento. Se va en acicalar sus recuerdos, cae en un ataque de nostalgia y se acuerda del jamón que le faltaba a sus sándwiches de queso.
Desconsolado, llega a la terminal de ómnibus atropellando a todos porque pierde el micro. Y con cara de yo no fui, le extiende el boleto al chofer. Pobrecito.
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Minovio, "Deseo en calesita"


lunes, 13 de julio de 2009

Sobre la seguridad (introducción)/ Against all odds



La "ciencia" yanqui se sostiene en base a las estadísticas como resultado de sus estudios. Es así como informan a la población sobre cosas tales como: "sonreír aumenta en un 20% las ganas de ser feliz", o "la gente amarga y jodida tiene un 50% más de probabilidades de contraer cáncer de alma" (por tenerla sucia, claro).

Por mis cualidades de cronopio ya confesas, siempre me deleité para mis adentros con la naif idea de que si no tiran resultados pelotudos para el "interés general" no los financia ni el loro, y ahí se va la plata para la investigación real, que era para armar una bomba de papelitos de colores.

Y, como los yanquis viven tratando de pintar los intereses de un solo color (les encanta), resulta que las estadísticas, los números y todo lo cuantitativo, están a la orden del día, y en todos los órdenes.

Por ejemplo: cuando vas al médico, y te tienen que operar de una basurita en el ojo derecho, te dicen que las probabilidades de postoperatorio feliz son de un 90%.
Más ejemplos: los preservativos son efectivos en un 97% (en EEUU; acá creo que te dan un 99% de seguridad). La barrita indicadora de progreso de la compu, que te cuenta mientras va laburando que va en un 24% y quedan 24 minutos restantes...

...pero, de repente, el programa se tara, se crashea, y la compu te queda turuleca porque -lo que vos no sabés es que- se fue al hasta el servidor de la esquina para comprarse otro gramo de psicotrópico.

...Estás estudiando para un final -el cual tiene lugar mañana en el aula 568- y leíste la mitad de las bolillas; por lo tanto, tenés un 50% de probabilidades de aprobar. Pero en el momento recordás al héroe de la peli "Día de la Independencia" (o a Rambo, o al pibe de "El Pianista") e, inspirado, largás el chamuyo de tu vida, y te sacás 8 (lo cual sería un 80% del contenido sobre un 50% de probabilidades, saquen ustedes la cuenta porque a mí no me sale). O, por el contrario, sos un traga desde primer grado, y ahora resultaste en un académico de primera. Pero, en el momento del exámen, te agarra el autoboicot ése de los que fracasan al triunfar, te acordás de tu mamá esa vez que te pegó una cachetada con una Coca-Cola en la mano; y todo tu discurso se va al tacho, junto con el 2 en la libreta.

Y algún obtuso hasta llegó a decir que EL ALMA PESABA 21 GRAMOS.

Prefiero pensar que esos 21 gramos son los que hacen que mi mate sea perfecto.

miércoles, 8 de julio de 2009

Quehacer con un vecino molesto

"Lonelyness gets you eventually you just freak out", me dijo alguien alguna vez. En idioma original.

Y ahora éste viene a tocarme la puerta para pedirme una taza de azúcar. Y yo lo miro con cara de póker.

Juro que nunca seré la vieja chusma del barrio.

domingo, 5 de julio de 2009

Fuck you stars!!!



Está lloviendo. Y de la mejor manera: con frío, viento y ruidito de granizo.

Y mi novio está trabajando a 60 km de mí.

O bien: mi novio está trabajando a 60km de mí. Y llueve.

La mer

Las cosas que me dan felicidad siempre son chiquitas. Literalmente, un objeto de pocos centímetros le toca timbre a mi señora alma y ella le abre chocha sin preguntar "¿quién es?". Pero, a esta regla, le cabe esta excepción: el mar.

Un recuerdo que, de tantas veces fijado, se tornó onírico: voy en el asiento trasero del auto, cosa coherente con mi ser que ama dejarse manejar, que lo paseen. Hace calor porque es verano, y estamos llegando a un pueblito orillero de algún mar. Mis ojos recorren las casas de la calle por la que vamos. El auto gira a la derecha o a la izquierda, y allí aparece en el horizonte, al final de la calle: él. El mar. Está ahí, sumergiendo toda la calle y las casitas en su fondo. Y lo contemplo extasiada.

Pero ese éxtasis dura muy poquito... porque acto seguido comienza a golpearme la ansiedad de cronopio enloquecido, y trato de domar mis palabras para no atormentar al conductor (aunque no dejo de decir dos o tres veces "che, ¿no podemos ir más rápido hasta la playa y después buscamos un hotel?"). Y es así como nublo la vista para recién abrir los ojos cuando estamos más cerquita, y ahí poder hacer lo que quiero: abro la puerta y, de un salto, comienzo a correr hacia él. Y no paro hasta tener mis pies mojados. Hasta quitarme el pareo (ya venía prepararísima, ligera de ropa) y ponerme de costado a las olas y remarlas con gusto a sal.

No sé si me hubiera gustado nacer en un pueblo costero. Porque no sé si el deseo sería el mismo con él ahí al lado todos los días. Probablemente sí, porque mis características compulsivas son tan mías como la necesidad de actuar bizarramente de vez en cuando. Pero no tengo ganas de envidiarle nada a ningún surfer. Y quiero seguir pensando que la espera acrecienta el deseo.


(freudianos, abstenerse, ¡no me arruinen el momento!)

Sobre el dar muerte y otros afanes

Si yo enfoco mi mirada sobre el corazón de otro y le tiro un cuchillo, eso automáticamente me coloca en posición de verdugo/loco de mierda y demás etiquetas pasionales. Pero, ah, el cuchillo, la historia del cuchillo es otra, más interesante.

El cuchillo es uno de los objetos más felices que conozco. Yo cuchillo, soy tomado por un ser que me carga de energía, y vuelo como transporte: soy vector y portador de existencia. "Qué importante mi mensaje", me estoy diciendo, justo cuando llego al momento en el que debo cumplir con mi cometido: clavarme. Es allí donde comienza mi identidad como cuchillo propiamente dicho. Entonces cobro vida de la manera más plena.

Ahora, si no me clavo, si la energía de la que me imbuyeron no fue buena, es decir, si me caigo al piso… es ahí donde siento que debería estar hecho de otro material, como para poder hacerme pedazos contra el suelo y encontrar en la muerte el sosiego para la enorme vergüenza de ser tan poco cuchillo. En este caso seguramente volveré al cajón de la cocina; y compartiré la desazón de mi dueño mientras corto caracú para el perro, y envidiaré un poco la vida de mi primo, que es el cuchillo de Iván, el loco del barrio.

Mi arrabbia e ti ammazzo!!

Por qué será que la gente siempre tose en el teatro. Basta con que el director levante los brazos, o el pianista esté a punto de apoyar los deditos (imagínese en cámara lenta, mejor), para que comience el concierto paralelo de tocesitas, escupitajos, toses tuberculósicas y demás estruendos expectorantes.
A mí, personalmente, se me despierta el brote psicótico e imagino que me levanto de la butaca y los mato a todos. O, mejor aún, que esa obra no le gusta a nadie y la única que sacó entrada fui yo. Y es en ese preciso momento cuando giro mi cabeza y apunto mi ardiente ira hacia la señora de atrás, que encima ahora está abriendo un caramelo de menta y, con el sonido de su plástico manoseado, responde burlonamente a mi infructuosa mirada.
Dicen que en el Met de Nueva York, o en la ópera de Praga, uno puede acceder a gigantes tachos llenos de caramelos mentolados (anti-tos, claro) en la entrada... y no hablo del cine porque ahí el masticar multitudinario de pochoclo y maníes con chocolate ya forma parte de la banda sonora original del film. Y bien que le queda: expresión máxima del posmodernismo si cabe.
Dejo una línea apuntada para seguirla saboreando en mi cabeza: a mí la música me da escalofríos y, cuánto más me llega, más vibran mis pulmones. Pero a la tos me la guardo, che.

Los devenires de la ecléctica

Desde tiempos inmemoriales, las cosas de mi mundo circundante se manejaron a su antojo. Yo no manejo el tiempo, él hace lo que quiere conmigo. Yo lo dejo pasar y, mientras lo acaricio, voy eligiendo nombres para mis objetos más preciados. Hasta mi perro (figura del acatamiento si la hay), se va adonde le place y vuelve cuando le pinta.

Los devenires toman misteriosos caminos -que uno hace como que no elige-, y se los encuentra de repente a la vuelta de la esquina. Y a veces me gusta que así sea. Y a veces, otras, me dan ganas de llorar y sonarme los mocos con el vestidito que usaba a los cinco. Pero, mientras tanto, el escribir sobre ellos, sobre todos los significantes que me susurran despacito, es el único medio del que puedo valerme para intentar escapar de este destino de cronopio angustiado porque sólo hay sándwiches de queso en mi mochila.

Y, buscando el jamón que quiero agregarle, me encuentro en esta situación de videoclub: una obra diferente surge a cada momento. Todo depende del estado de ánimo y las influencias del día: hoy quiero ver una de terror, mañana la comedia romántica más neoyorquina del mundo. "El que mucho abarca, poco aprieta" solía mortificarme mi madre. Y al que le gusta un poquito de cada cosa, suele pasarle de quedar en el medio de todo...

Pero no le temo al medio, sólo le temo al que no comprende que hoy defiendo a muerte una palabra y mañana a otra. Al que quiere que todo sea de un solo color. Al radical unívoco. Porque yo soy radical pero de cada color, y para todos por igual. Y el tono es el mismo porque es mío.

Alguien me chusmeó que Cortázar dijo algo así como "lo peor del mundo del futuro, es que será un mundo para todos los gustos". Y acá estamos, hijos de lo multi-, de lo inter-... Y al que no le guste que no joda.